Fecha
Miércoles, 21 de agosto de 2019.
Horario
7:00 p.m.
Siembra, una inocente mirada a la comunidad afrodescendiente. Turco, un pescador de la costa pacífica colombiana añora regresar a la tierra que abandonó hace tres años, en compañía de su hijo Yosner, a causa del conflicto armado. Vive en la ciudad atrapado por un sentimiento de desarraigo mientras su hijo encuentra en ella un futuro posible. La ilusión del padre por regresar se rompe con la muerte del hijo. Turco se ve confrontado por el dolor y la impotencia ante ese cuerpo inerte que se ha convertido en un obstáculo más para volver a su tierra. Mientras se celebran los rituales tradicionales de velación, Turco se distancia y deambula por la ciudad para realizar su propio duelo; pero el tiempo pasa y tiene que encontrar un lugar para enterrar a su hijo.
Siembra es el caso más visible de este manierismo. La ópera prima de Ángela Osorio y Santiago Lozano cuenta la jornada de Turco, afrodescendiente desplazado en Cali, quien busca darle a su hijo Yosner un entierro que dignifique el duelo y la brutal interrupción de la cadena de la vida. La película hace un inventario de problemas, costumbres y creencias de las negritudes nómadas y su dificultad para hacerse un nuevo lugar. El problema de este gesto etnográfico es su inocencia: no se cuestiona el mecanismo de representación, como un cine reflexivo nos ha enseñado que es posible: dos ejemplos pueden ser las películas de Abbas Kiarostami y Nicolás Pereda. En vez de esta indispensable autoconciencia, en Siembra predomina la mirada paternalista.
La más reciente película colombiana Siembra, ópera prima de Ángela Osorio y Santiago Lozano, es el caso más visible del nuevo cine de la región —Chocó, valle, Cauca y Nariño, que se asienta en la cultura oral, siempre en el conflicto con el poder letrado, militar, económico y político.
En Novela y poder en Colombia 1844-1987, Raymond L. Williams señaló como propia del Gran Cauca la tensión entre cultura letrada dominante y oralidad suprimida o, en el mejor de los casos, visible en condiciones decididas por las élites. Esa heterogeneidad ya sacudía a María, novela fundacional de esta tradición, donde Jorge Isaacs intenta liberar el candado de la oralidad. Hoy no tiene sentido hablar de una tradición literaria del Gran Cauca como algo presente. Sin embargo, el cine de la región que forman Chocó, Valle, Cauca y Nariño le da continuidad a aquel conflicto histórico, como parte de un proyecto más general del cine oficial colombiano: asumir las tareas pendientes de la literatura, desentendida de esas urgencias. Darles nueva voz a los componentes reprimidos de la nación: identidades indígenas, campesinas y afro, fronteras y márgenes, conservando el control sobre los medios de representación.
El Grupo de Cali, en las décadas de 1970 y 1980, probó a disolver las barreras entre lo culto y lo popular y expresó los miedos ocultos tras esta disyunción. Pero Andrés Caicedo y Carlos Mayolo se malograron antes de darle una forma contundente a este propósito. El nuevo cine de la región se asienta en la cultura oral, siempre en conflicto con el poder letrado, militar, económico y político. El vuelco del cangrejo, La Sirga, Chocó, Corta, Los hongos, La tierra y la sombra y Siembra coinciden en esta agenda. Pero este “cine de liberación” no logra emanciparse a sí mismo de la dependencia cultural. Cada una de estas películas se alimenta del estilo global del cine de autor y debe cierto éxito festivalero a tal sumisión.
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-Entrada Gratuita
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